Con lo que muchos pisan sin mirar, con lo que otros llaman “insignificante”.
Yo no lo veo así.
Para mí, un insecto no es algo que estorba. Es un universo con alas.
Una vida completa en miniatura, que respira, siente, lucha, vuela.
Me fascinan las patas diminutas de las hormigas,
las alas transparentes de las libélulas,
el canto invisible de los grillos en la noche.
Cada uno tiene su historia, su razón, su belleza.
Y no solo ellos.
También los animales, las plantas, los hongos, las piedras.
Todo tiene algo que enseñarme.
Todo me conecta con algo más grande.
A veces siento que si me dejas en un bosque, no tendría miedo.
Porque ahí me siento parte de algo.
Porque la naturaleza no me juzga, no me exige, no me da la espalda.
Solo me abraza con su forma de ser: salvaje, compleja, sabia.
Amo la biología no como ciencia fría,
sino como poesía viva.
Porque entender la vida es también aprender a respetarla.
Y yo la respeto con amor.
Con ternura.
Con ojos curiosos que se llenan de luz al ver una mariposa aterrizar en una flor.
Tal vez por eso me duele tanto cuando el mundo daña lo que yo admiro.
Cuando destruyen bosques, aplastan bichitos, desprecian lo que no entienden.
Porque para mí, eso también es vida.
Y yo amo la vida…
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