Pero luego escucho una canción, veo una foto, leo un mensaje viejo… y vuelvo a sentirlo todo. Como si el corazón tuviera memoria propia.
Como si el cuerpo supiera que algo se fue, pero el alma no.
No sé soltar. Me aferro a lo que me hizo sentir algo bonito, incluso si me rompió. Me quedo pensando en personas que ya no están, en momentos que no van a volver, en palabras que me dijeron y me marcaron.
Y lo peor es que a veces me duele más lo que nunca pasó que lo que sí.
Me han dicho que deje ir, que cierre ciclos, que lo supere.
Pero nadie me enseñó cómo se hace eso cuando tienes el alma hecha de hilos que se enredan con todo.
Así que escribo.
Escribo para no ir a buscar a quien me hizo daño.
Escribo para no decir lo que ya no debo decir.
Escribo porque es mi forma de soltar sin soltar del todo.
Escribo como quien le canta a una herida que aún sangra, pero quiere sanar.
Y si tú también sientes que no puedes soltar, que algo en ti se quedó esperando un “perdón” o un “te extraño” que nunca llegó… te abrazo desde aquí.
Tal vez no sabemos dejar ir, pero al menos tenemos palabras que nos sostienen mientras lo intentamos.
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