Una palabra, una mirada, un cambio en el tono de voz…
Siento cuando alguien está triste, aunque sonría. Siento cuando alguien se aleja, aunque siga ahí.
Y cuando me duele, no solo me duele el corazón… me duele el cuerpo, el estómago, la piel, el alma entera.
A veces me dicen que exagero.
Que no debería llorar por cosas tan pequeñas.
Pero para mí nada es pequeño cuando lo siento tanto.
He tenido días en los que no puedo ni moverme del dolor emocional.
Se me revuelve el estómago, me da fiebre, me salen ronchas, se me cae el cabello.
Y no es que quiera estar así… es que mi cuerpo grita lo que mi boca no sabe decir.
Pero también he aprendido que sentir tanto no solo me rompe… también me salva.
Porque gracias a eso puedo escribir, puedo pintar, puedo amar de formas que muchos no entienden.
Porque cuando alguien me abraza de verdad, lo siento hasta el alma.
Y cuando algo me inspira, me dan ganas de crear mundos enteros solo para no ahogarme.
No elegí ser así.
Que no soy débil.
Que soy intensa, sí… pero también profunda.
Y que hay personas que necesitan exactamente este tipo de sensibilidad para no sentirse solas.
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